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19.5.07

LA ACTITUD: La diferencia entre países ricos y países pobres

Investigaciones demuestran que; la diferencia entre los países pobres y los ricos no es su edad. Esto puede ser demostrado por países como India y Egipto, que tienen más de 2.000 años y aun son muy pobres. Canadá, Australia y Nueva Zelanda, que hace 150 años eran desconocidos, hoy son países desarrollados y ricos.

La diferencia entre países pobres y ricos tampoco reside en los recursos
naturales disponibles. Japón posee un territorio limitado, 80% montañoso, inadecuado para la agricultura y la cría de ganado, pero es la segunda economía mundial. Este país es como una inmensa fábrica flotante, importando materia prima de todo el mundo y exportando productos manufacturados.

Otro ejemplo es Suiza, que no produce cacao, pero tiene el mejor chocolate del mundo. En su pequeño territorio cría animales y cultiva el suelo durante apenas cuatro meses al año. No obstante, produce lácteos de la mejor calidad. Es un país pequeño que ofrece una imagen de seguridad, orden y trabajo, que lo transformó en la caja fuerte del mundo.

Ejecutivos de países ricos que se relacionan con sus pares de países pobres evidencian que no hay diferencia intelectual realmente significativa.
La raza o el color de la piel tampoco son importantes: inmigrantes calificados como perezosos en sus países de origen son la fuerza productiva de países europeos ricos.

¿En dónde está entonces la diferencia?

La diferencia es la actitud de las personas, moldeada a lo largo de los años por la educación y por la cultura. Al analizar la conducta de las personas en los países ricos y desarrollados, constatamos que la gran mayoría sigue los siguientes principios de vida:

1. La ética, como principio básico.
2. La integridad.
3. La responsabilidad.
4. El respeto a las leyes.
5. El respeto por los derechos de los demás ciudadanos.
6. El amor por trabajo.
7. El esfuerzo por el ahorro y la inversión.
8. El deseo de superación.
9. La puntualidad.

En los países pobres apenas una minoría sigue esos principios básicos en su vida diaria. No somos pobres porque nos falten recursos naturales o porque la naturaleza fue cruel con nosotros. Somos pobres porque nos falta actitud. Nos falta voluntad para cumplir y asumir esos principios de funcionamiento de las sociedades ricas y desarrolladas.
SOMOS ASÍ, POR QUERER LLEVAR VENTAJA SOBRE TODO Y TODOS. DEBEMOS TENER ACTITUDES Y MEMORIA VIVA. SOLO ASÍ CAMBIAREMOS LA COLOMBIA DE HOY.

Probablemente usted es una de esas personas que hace la diferencia y lucha por cambiar una sociedad corrupta y sin principios. Pero, no olvide que hay muchos que todavía necesitan entender que la falta de principios es la raíz de la miseria.
Mensaje recibido de CB

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8.4.07

EL ESPAÑOL DE AQUI Y DE ALLA

Juan Rafael un colombiano residente en Leiden, Holanda, escribe en su blog un interesante comentario sobre el español utilizado dentro y fuera del país:

"Que quede claro de una buena vez: los colombianos no cenamos, sino comemos. No le hablamos a su móvil a nuestros amigos, sino los llamamos a su celular. No vivimos en pisos, sino en apartamentos. Tampoco ligamos con una chica: nos la cotizamos o nos la rumbeamos. Y por supuesto, aunque no lo acepten los más tenaces representantes del improperio internacional, cuando insultamos a alguien no le llamamos jilipollas, sino que le aplicamos un buen madrazo sazonado con una pizca de hijueputa y dos cucharadas de malparido gonorrea. Pero sobre todo, que quede claro lo más importante de todo: los colombainos no somos españoles, aunque vivamos en España con un DNI en regla, vayamos a los toros y bebamos sin escrúpulos tres vasos de sangría después de una paella valenciana humeante preparada con esmero para la comida. (¡La comida, no la cena!).

Yo personalmente estoy harto de escuchar el español transfigurado de aquellos de mis compatriotas que han ido a vivir en España, e incluso de aquellos que sólo han ido de vacaciones por unos cuantos meses: unos cuantos meses que apenas les alcanzaron para entrar al Museo del Prado, darse un paseillo por el Parque del Retiro, tomarse una foto en la Plaza de Cibeles o en la Sagrada Familia de Barcelona y tal vez comprar un recuerdito andaluz en la Alhambra majestuosa. Es molesto, o al menos lo es para mi, que soy un fanático acérrimo del hablar andino que usamos en el Valle de los Alcázares, escuchar a mis paisanos que regresan a Colombia con la dicción manoseada y las expresiones horribles de los españoles. ¿O es acaso soportable que un caleño que recién regresa de Madrid, donde ha ido a visitar a su primo, el que trabaja limpiando los baños en la estación de Atocha, salude a su madre en el aeropuerto con un sonoro "¡Ostias, mamá, que me has hecho falta, joder! ¡Venga, venga!, llamemos ahora mismo a Jeyson y Yair, que esta noche nos vamos de marcha para celebrar mi regreso"? No. Para mi no es soportable en lo absoluto. Y perdonen mi opinión intrasigente, pero es que yo no creo que en 3 meses le cambie la forma de hablar a ninguno.

Eso en cuanto a los turistas. Ahora, dirán los defensores del castellano peninsular que aquellos colombianos que han ido a vivir en España tienen una necesidad apremiante, casi instintiva, de amoldarse a los modismos y a la jerga local para lograr una mayor interacción con su nueva realidad. Pues yo sólo estoy parcialmente de acuerdo con tal afirmación. La gran mayoría de colombianos que han emigrado a la "Madre Patria" lo han hecho durante los últimos diez o quince años. Si bien es entendible que un guámbito que se fue de Colombia a los cinco años y que aún está en proceso de aprendizaje termine rápidamente por adoptar el acento español, no parece normal que una persona que ha vivido en Colombia por 30 o 40 años, es decir el doble o triple del tiempo que ha vivido en España, cambie por completo su acento sin esfuerzo alguno y casi de inmediato con el único propósito de sentirse un ciudadano del Primer Mundo. Si de integración se trata, pues intégrense a la cultura española con todo lo que implica ser colombianos, y apórtenle a los españoles nuevas cosas también, incluída la manera única y original como hablamos los que nacimos en el país del Sagrado Corazón. No se puede pedir, por supuesto, que tras vivir allí por algún tiempo la dicción no se vea en absoluto afectada. Pero de allí a pretender que todos han de mirarnos con respeto porque hablamos como madrileños de raca mandaca hay mucho trecho. ¿O a cuántos españoles residentes en Colombia han visto tratando de amoldarse a nuestras rancias expresiones idiomáticas, tales como: "¡marica, me tiré la pita de la cometa!" o "¡pa' las que sean, parce!"? A muy pocos, supongo yo.

Que no se entiendan estos párrafos críticos como una dosis innecesaria de nacionalismo. Lejos estoy de adoptar un patriotismo meloso y exagerado como el que se ha vuelto tan común en Colombia en los últimos años, luego de la llegada del mesías. Pero sí estoy convencido de que la interacción entre personas de orígenes diversos se hace más interesante cuando conservamos los elementos culturales que nos identifican como oriundos de un rincón particular del mundo. Que aburrido sería, por ejemplo, conocer a un estudiante senegalés que quisiera actuar como ejecutivo parisino a cada instante, en detrimento de su rica cultura africana. Por el bien de la diversidad cultural, pues, mis amigos, ¡hablemos como nos enseñaron nuestros taitas!"

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